La ingesta emocional; el poder del azúcar en las emociones.

Siempre se ha dicho que los problemas de sobrepeso y obesidad responden casi en exclusividad a la mayor ingesta de calorías de las que gastamos a lo largo del día, sin embargo, los tratamientos para este tipo de problemas han dado un giro tras demostrarse que las dietas estrictas solo funcionan a corto plazo y tras haberse observado una gran prevalencia de trastornos psicológicos y patrones de conducta y de alimentación disfuncionales subyacentes al sobrepeso y obesidad.

La ingesta emocional consiste en el uso de la comida (o de determinados tipos de alimentos) como vía de escape o como herramienta para afrontar las emociones que nos producen un malestar psicológico significativo. Vamos allá con un ejemplo; Imagina que has tenido una discusión importante con tu pareja o con un familiar y te encuentras muy agobiado/a y alterado/a, te sientas en el sofá y el malestar y el nerviosismo se apoderan de ti, la cabeza te da muchas vueltas por lo que decides poner la televisión y comerte una tableta de chocolate; ¿Qué ocurre de forma prácticamente instantánea? Nuestro organismo se calma, nos sentimos mucho más tranquilos y relajados, el malestar disminuye. Cuando vuelva a sentir sensaciones de malestar psicológico es muy probable que vuelva a recurrir a la comida, porque en el pasado ya he experimentado que ha sido útil para eliminar el malestar (a corto plazo, claro).

Las personas que recurren al alimento rico en grasas y azúcar como vía de gestión emocional son conscientes de que esta situación puede hacer que su peso aumente, lo cual hace que se sientan peor y por consiguiente su estado emocional empeore, sin embargo, recurren nuevamente al alimento como formal de alivio, ¿Por qué? La respuesta es simple: por un proceso de aprendizaje.

Cuando una persona se encuentra psicológicamente mal y acude al alimento rico en azúcar como forma de alivio su malestar disminuye, por lo que su organismo aprende a comer para aliviarse. Del mismo modo que yo he aprendido a tomar un analgésico para calmar mi dolor de cabeza (porque en otras ocasiones anteriores me lo ha calmado), puedo aprender a que comiendo algo rico en azúcar mi malestar disminuye rápidamente, por lo tanto repito la conducta una y otra vez (del mismo modo que una y otra vez me tomo un analgésico ante un dolor fuerte de cabeza). Mi cabeza ha aprendido a comer para calmarse y ante cualquier situación difícil me va lanzar un mensaje: “Ey, come! Que de esta manera te calmas, ya lo has comprobado antes!”  Así, por un proceso de aprendizaje, el alimento se convierte en un regulador emocional.

En este punto podríais pensar que por qué no nos apetece una manzana o una pera en estas situaciones y si un pastel o un plato de pasta; En el cerebro existe una zona conocida como “circuito de recompensa” que al ser estimulado libera dopamina, una sustancia química relacionada con las sensaciones de placer y bienestar. Este circuito de recompensa es estimulado entre otras cosas por el amor, las drogas, el deporte, las grasas y el azúcar, por lo que es mucho más placentero comernos un pastel que una manzana, ya que los alimentos ricos en grasas y azúcar estimulan mucho el circuito de recompensa produciendo un gran placer psicológico.

El pronóstico de la ingesta emocional no es positivo, ya que al igual que pasa con otras sustancias, la persona puede llegar a generar tolerancia al alimento y necesitar cada vez más para sentirse aliviado, pudiendo derivar en un trastorno de alimentación por atracón, obesidad, depresión, trastorno del control de impulsos, etc.

Si te sientes identificado, si has comenzado a tener una relación toxica con la comida, la terapia psicológica puede ayudarte a cambiarlo, “tan solo” necesitas aprender nuevas formas de gestionar el malestar, esforzarte en ponerlas en práctica y quererte mucho. Confía en un terapeuta y en ti.

Natalia Mata

Nº de colegiada: O-02918

Registro sanitario: C.2.2/5814

Los comentarios están cerrados.